26 de junio de 2011

Personajes platenses

Hoy dejo algunas breves historias de personajes curiosos de la ciudad de La Plata, que fueron publicadas en el diario Hoy del 30 de septiembre de 1999. El autor de estas historias es Ramón Tarruella quien escribió otras como "El misterio del piano" en el libro Mitos y leyendas de La Plata.



Muchos seres pintorescos desfilaron por la galería de personajes típicos de La Plata. Uno fue el conocido por el sobrenombre de Chichilo, que vivía en un miserable rancho, en el humilde barrio de 38 y 12, a la que una patota por jugarle una broma pesada le prendió fuego. Vivía juntando huesos, trapos, cartones, botellas, etc. Con el tiempo, Chichilo dejó su trabajo de ciruja, pero su fama permaneció intacta.

Francisco Longo, más conocido como Ayacucho, se transformó de conductor de carruajes en guardián de los automóviles que estacionaban en la zona bancaria. Sus gauchadas quedaron en el corazón de muchos platenses, como cuando fiaba viajes los días de lluvia o salvó la vida de un niño vendiendo su carruaje.

La ciudad le testimonió su agradecimiento. En 1910, la revista “La ciudad” organizó una colecta para regalarle un coche nuevo, gracias al trabajo de Mariano Chaumeil, Guride Bazerque, “Palito” Villa-Abrille, Alfredo Elena, Traynor, Ves Losada, Aráuz y otros.

Otro personaje simpático y muy peculiar fue Vicente Di Palma, “Medichinale”, quien creía que curaba con sus hierbas “medichinales”, las que cargaba en una bolsa por las calles.

También José Lafussa, al que la calle bautizó como “Rico Tipo”, sin que se sepa por qué. Arrastraba su magra humanidad por las calles, con la que penosamente sostenía el sobretodo que lo cubría.
Cuando se le otorgó una pensión a la vejez se temió no volverlo a ver por las calles del centro.
Sin embargo, continuó con su tarea de distribuir volantes, hasta que -en 1952- su corazón dejó de latir.

19 de junio de 2011

El submarino de La Plata

Poca gente sabe que a fines del siglo XIX, un inventor que se desempeñó en la Universidad Nacional de La Plata diseñó lo que podría haber sido el primer submarino argentino. El creador de esto fue el ingeniero Tebaldo Ricaldoni, y en esta entrada del blog contaré su historia.

Ricaldoni nació el 24 de mayo
de 1865 en Montevideo, Uruguay. Terminó el secundario a los 15 años y viajó para radicarse en Buenos Aires, donde se recibió de ingeniero a los 19 años. Allí vivió un tiempo en la casa de Bartolomé Mitre, hasta que se trasladó a la ciudad de La Plata.

Ya en La Plata, fu
e elegido por Joaquín V. González para crear el Instituto de Física de la naciente Universidad Nacional de La Plata. Sin embargo, este instituto fue disuelto en 1905 y Ricaldoni desplazado.

Fue el primer doctor
en ingeniería del país y también logró doctorados en física y matemáticas. Se encargó de desarrollar esto como docente en la UNLP y el Colegio Nacional de Buenos Aires.

En estos años trabajó en su taller particular desarrollando numerosos inventos como un receptor de telegrafía sin hilos, un reductor de voltaje, una boya de salvataje, un panoramoscopio, un desvía torpedos y un modulador de radio (que le obsequió a Guillermo Marconi, quien años más tarde re
cibiría el Premio Nobel de Física por sus aportes a la radiofonía).

También en diseñó un prototipo de submarino, cuya descripción cito a
continuación (del texto “Tebaldo Jorge Ricaldoni: ¿inventor o científico?”):
Fue su “primer y más querido invento” (Caras y Caretas 1918), y el que despertó más eco en la prensa local. Por lo complejo de su diseño, que perfeccionó a lo largo de varios años, y lo revolucionario de sus innovaciones, merece que nos detengamos en su descripción. Es éste otro invento inspirado en la naturaleza, pues el principio de su diseño está basado en los peces y en sus métodos para emerger y sumergirse. “Nunca se tendrá dominio del aire sino imitando a las aves, y nunca se tendrá el dominio del mar sino imitando a los peces” (Ricaldoni, Apuntes: 691). El caso del submarino es el único que encontramos descripto en detalle por el propio Ricaldoni, en un cuaderno titulado “Mi submarino – 1900”, y en unas memorias impresas tituladas “El submarino Ricaldoni”.

La historia de este desarrollo está llena de frustraciones, pues pese a los arduos años de lucha contra la burocracia, no consiguió que el proyecto del submarino, que Ricaldoni donó a la Armada Argentina, fuera construido. Autodefiniéndose como pacifista, Ricaldoni ideó este submarino para defensa de nuestros estuarios. Una característica saliente del proyecto, que incluía 27 inventos, es la gran cantidad de dispositivos de seguridad para proteger la vida de los tripulantes.

Hasta 1889 ninguno de los múltiples intentos de un “buque submarino” había tenido éxito. La Marina de Estados Unidos llamó a un concurso para la construcción de buques submarinos, en el que se fijaban 17 requisitos para aprobar la construcción, y se daba al ganador un premio de “quinientos mil dollars”. A fines de 1892 Ricaldoni ofreció en donación al ministerio de Marina argentino el proyecto de su submarino, y le pidieron que se ajustara a las condiciones enunciadas por EEUU. Meses después Ricaldoni presentó un escrito, donde no sólo se cumplían esas 17 condiciones, sino que se agregaban 11 mejoras más. Dos veces estuvo por ser construido en el país, “la última, hace un año y medio, en un astillero metropolitano por un conocido industrial fallecido recientemente en Italia” (La Razón 1918).

Técnicamente, la mayor novedad en la propuesta de Ricaldoni era el mecanismo de control de la profundidad, que consistía en una modificación del empuje provocada por un cambio de volumen del submarino. Esta idea surgió de considerar el mecanismo usado por los peces, y parece haber sido altamente satisfactoria. Mientras que el resto de los submarinos del momento tardaban decenas de minutos en sumergirse, exponiéndose al peligro en caso de un ataque enemigo, el submarino Ricaldoni tardaba segundos en dejar la superficie. El cambio de volumen se lograba mediante el movimiento de cuatro cilindros que sobresalían del casco, y eran accionados “por medio de aire comprimido, eléctricamente a través de servomotores o en forma manual”. Tenía además la posibilidad de control automático de la profundidad por medio de un manómetro asociado a un servomotor que accionaba las hélices verticales: dos en la parte superior y dos en la parte inferior del casco. Un tercer control, de uso en navegación, era mediante los timones de profundidad.

Otra prestación importante del submarino era la posibilidad de lograr horizontalidad estando en reposo, por medio de un sistema automático que consistía en un péndulo que, fuera del equilibrio, tocaba unos contactos eléctricos que accionaban en forma alternada las hélices verticales (arriba a proa y abajo a popa, o viceversa). Esta característica, sumada a la posibilidad de cambiar de rumbo mediante las hélices horizontales situadas a los costados de la proa, hacían que el submarino pudiera orientarse con precisión para disparar los torpedos.

El submarino, de acuerdo a los planos y las memorias, tenía una eslora de 40 metros, 4.8 metros de manga, y su propulsión la proporcionaba un motor eléctrico alimentado a baterías de cloro-cromov. La velocidad obtenida era de 15 nudos a flote, 12 nudos a flor de agua y 8 nudos bajo el agua, y podía marchar 30 horas a flote y dos horas sumergido. La construcción era en hierro laminado con cuadernas en forma de T, y en una de las versiones el espesor de las cuadernas era variable, disminuyendo a proa y popa, para optimizar el peso y su distribución.

Para el control de la atmósfera interna había dos sistemas: el primero consistía en expeler al exterior el aire servido y reemplazarlo por el aire contenido en los cilindros. De éstos, tres contenían aire y uno oxígeno. La otra posibilidad era la reconstitución del aire por medio de un proceso químico.

Había en el submarino varios sistemas de seguridad para proteger la vida de los tripulantes. En primer lugar, para evitar bruscos cambios de profundidad, el submarino estaba equipado con planos laterales desplegables que hacían más lentos los movimientos verticales. Para el caso de que el submarino perdiera flotabilidad, poseía dos quillas: una fija y una móvil, que podía ser desprendida en caso de emergencia. Tenía además varios arraigos de los que podía ser enganchado para ser izado a la superficie. La boya de salvataje completaba el equipo de seguridad.

En el ataque existían dos posibilidades: la primera era la de torpedear al buque enemigo, y la segunda era la de enviar un buzo a colocar explosivos de acción retardada debajo de naves enemigas fondeadas.

El diseño del submarino fue perfeccionándose con el pasar de los años, y se construyó una maquetavi de 1,7 metros de eslora, capaz de sumergirse y emerger, y dar marcha adelante y atrás. Tenía como opción para tiempos de paz una modificación en la superestructura. Sin embargo, el proyecto fue cuestionado y vuelto a considerar varias veces, estudiado por comisiones, y recibió tanto críticas como elogios. Finalmente, después de marchas y contramarchas, el expediente de su construcción fue archivado y el submarino nunca fue construido por la Armada. Es de destacar, según palabras de Romano Yalour, “la similitud entre los mecanismos imaginados por el ingeniero Ricaldoni, concebidos a fines del siglo XIX, con los aplicados en la actualidad, con el objeto de lograr los mismos efectos de compensación obtenidos en los submarinos modernos” (Romano Yalour 1988). El mismo autor sugiere que este proyecto fue demasiado atrevido para los conceptos de su época, y que tal vez eso explique la resistencia obstinada, aplicada a su rechazo, y “la mentalidad vigente... que actuaron naturalmente proclives a no considerar viables tan evolucionadas ideas”. De haber sido aprobada su construcción, la Marina Argentina hubiera contado con submarinos cuarenta años antes de la incorporación de los primeros Tarantinos (1933).
Pese a que fue considerado por el capitán de navío Domecq García como “la torpedera más formidable del mundo”, el proyecto fue descartado por una comisión de altos oficiales de la Armada Argentina argumentando que “En nuestra Armada no sabríamos qué rol asignarle [...] No hay necesidad de ocuparnos de submarinos”.

La cámara de Diputados le asignó un presupuesto para construirlo, pero quedó estancado en el Senado y fue archivado tiempo después. Pese a esto, el ingeniero construyó un modelo e hizo la prueba, pero ni eso sirvió para convencer a las autoridades para apoyar su proyecto.

Finalmente este invento fue adquirido por la Armada de Francia, en donde recibió grandes elogios y obtuvo la Palma de Oro y dos veces la Palma de Bronce, una distinción que por esos años tenía el mismo prestigio que luego alcanzaron los premios Nobel.


Fotos:
1. Fotografía de Tebaldo Ricaldoni
2. y 3. Planos del submarino.
4. Modelo del submarino en el taller.
5. Foto de la revista “Caras y Caretas” del año 1901, con el modelo de submarino construido en 1892.

Fuentes:
“Tebaldo Jorge Ricaldoni: ¿inventor o científico?”, María Cecilia von Reichenbach, Myriam Hara, Mónica López D´Urso
“El submarino que no logró emerger de la indiferencia”, diario Hoy, 17/9/2006
“El submarino de la revolución de Ensenada”, Revista Tiempos, 25/1/2009
“El inventor oculto”, diario El Día, 01/05/2011

12 de junio de 2011

La ciudad cambia de nombre

El nombre de la ciudad es obra de José Hernández, el autor del Martín Fierro, quien eligió ponerle ese nombre a la ciudad en honor al río que baña sus costas. Sin embargo, hubo un tiempo en que la ciudad dejó de llamarse “La Plata”.

El 26 de julio de 1952 fallecía Eva Perón, tras lo cual se estableció un duelo nacional de 30 días. Varios senadores provinciales del partido peronista quisieron hacerle homenaje a Evita y por ello presentaron en la cámara legislativa bonaerense un proyecto de ley para cambiar el nombre del partido y de la ciudad de La Plata al de “Eva Perón”. El mismo se fundamentaba diciendo que tenía la “alta finalidad de traducir el homenaje de la provincia hacia la más preclara de sus hijas en el doloroso momento de su desaparición material”. Así fue como el 26 de junio de 1953 fue aprobado el decreto Nº 5.892 del Poder Ejecutivo, mediante el cual se modificaba el escudo de la ciudad a uno que tenía la silueta de Evita con el escudo peronista de fondo, y tanto la ciudad como el partido pasaron a llamarse “Eva Perón”.

No solamente la ciudad cambió de nombre, sino que los clubes de fútbol Estudiantes de La Plata y Gimnasia y Esgrima de La Plata pasaron a llamarse “Estudiantes Eva Perón” y “Gimnasia y Esgrima Eva Perón”.

Se mantuvo este nombre durante tres años, hasta que el 27 de septiembre de 1955, tras ser derrocado Perón, se le restituyó el nombre original de “Ciudad de La Plata” ya que se consideró entre otras cosas, que la asignación del nombre de Eva Perón a la ciudad capital de la Provincia constituye una valoración contemporánea sin la significación que confieren las resonancias históricas pretéritas.


Fotos
1. Escudo original de la Ciudad de La Plata, y escudo de la “Ciudad Eva Perón”
2. Mapa de Buenos Aires en donde se ve el nombre “Ciudad Eva Perón”

Fuentes
Página web “La Plata Mágica”
“Ciudad de La Plata, su historia”, profesor Ricardo S. Katz

5 de junio de 2011

El caso Platero en el cementerio

Hace ya un buen tiempo, Cristina Gonzalez Ducasa hizo la consulta en el blog sobre el caso Platero que habría ocurrido en el cementerio de La Plata en la década de 1920. Ante esto Hilda Perez respondió el 19 de agosto del año pasado, contándonos lo que sabía sobre esta historia, lo cual cito a continuación:
Los Platero era una familia muy conocida y de prestigio en la ciudad. El papá era juez, tenían una hija de dieciséis años que falleció y según la versión la pusieron en la bóveda familiar que está situada sobre el camino de la entrada principal del cementerio sobre la mano izquierda (dice en el frente Familia Platero). Al día siguiente del sepelio, el cuidador del sector observó que el cajón estaba corrido; avisó a los encargados y al abrirlo notaron que la niña se había movido. Posiblemente la dieron por muerta estando con un ataque de catalepsia. Nunca me olvidé de esta historia, tampoco sé si es solo un mito, pero cada vez que voy al cementerio me detengo en esa bóveda donde en la pared, en bronce, hay una escultura de una jovencita llamada Sarita.
Para buscar más sobre esto fui al cementerio y pude hacer algunas fotos de la bóveda. También busqué en los diarios El Día de fines de junio de 1921 aunque no había ninguna noticia para desmentir o no esta historia, así que les dejo lo que fue publicado tras el fallecimiento de Sara Platero:

Ha muerto ayer la señorita Sara E. Platero. Si es lamentable que desaparezca una existencia joven, lo es doblemente cuando reúne excepcionales prendas que desbordan de su alma selecta. Espíritu cultísimo, toda bondad, la extinta no deja sino bendiciones a su paso; que nunca la caridad, el amor al prójimo y el intensísimo cariño a los suyos tuvo más caluroso albergue que en su corazón magnánimo. Aficionada, mejor diríamos entregada por entero al arte sublime, la señorita Platero era una de nuestras mejores estudiosas del canto. Su voz bellísima ha cautivado al auditorio en cuantas oportunidades se ha dejado escuchar; y si era intérprete excepcional de la música profana, parecía sublimarse en las composiciones de carácter religioso, tanto se identificara su manera de ser con el éxtasis que esa identificación parecía aportarle. El féretro que guarda los restos de la extinta, cubierto de flores ha visto desfilar por la capilla mortuoria a las incontables amigas que lamentan la desaparición inesperada. La familia Platero, ha recibido también las condolencias unánimes bien sinceramente expresadas.

SARA E. PLATERO – (q. e. p. d.) – Falleció el 23 de junio de 1921 – Sus padres: Tomás B. Platero y María Isabel L. de Platero; sus hermanos: Tomás N.; Rodolfo V.; y Mercedes M.; tíos, primos y demás deudos, invitan a sus relaciones a acompañar los restos mortales de la extinta, al cementerio local, hoy jueves 23, a las 15 y 30 horas. Única invitación. Casa mortuoria, calle 54 número 352. El deudo se despedirá por tarjeta. Se ruega no enviar coronas. Nora – Habrá carruajes en la empresa de Boccia Hnos.